1 de septiembre de 2008

Nunca me cansaré de leerlo, y cada vez que lo leo me gusta más. Muy Sabinesco. Muy tuyo. Que grande eres eztúpido.



A la sirena varada que nunca llegué a conocer,

al cascabel roto, que me marcó cuántas vidas más.

A las tardes que envilecieron titilantes, esperando.

A todas esas bocas desbocadas que nunca sabré a que saben.

Al dorado vanidoso que tan pocas veces rocé.

Al futuro, amigo mío, que nunca supo estar ahí.

A la madame, al metre, al último weekend

que pasé, con mi abrigo mojado, en París.

Al tenue mecer de la cuna del mar.

Al cristal que no me dejó ver qué había más allá.

A estas gafas, siempre rotas, que siempre quisieron mirar,

curiosas, qué había al fondo del mar.

A estos ojos indignos, que no saben ni llorar.

A esas tierras que me conocieron antes de ser,

y a aquellas a las que no volveré.

A mi Buenos Aires querido, que me esperará enamorado.

A la noche que me susurra una vez más.

A las princesas que rompieron su corona

y vendieron todas sus joyas por un maniquí.

A la muerte que sabe esperarme,

a ese Nadie que se quedó a la vuelta de la esquina.

A ese desconocido que hay en mí.

Al que se esconde por tímido, al que no quiere salir.

Al bribón que surcó sin velero ni postín.

A todas las madrugadas que me acogieron en su regazo.

Al papel que se dejó escribir, al que me motivó.

A la pluma encallada, que me devolvió

tres vidas perdidas en tres líneas de mentiras.

A la lágrima que ríe, a la que crece dentro.

A todo aquel que no me niegue

que vivir es un vicio insano y sin cura.

A aquel que nunca supe afinar, a mi violín,

A todas las estrellas que se desnudaron para mí,

a todas aquellas, que no estuvieron en el cielo,

y no les importó que les acariciara los rizos del pelo.

A la que se acurrucó en mi corazón con un cigarro.

A la que se quedó sola de mi mano.

Al ayer que se comportó como un caballero,

Al maldito que me dijo que en esta vida

sólo hay una cosa que no se olvida

y olvidó qué era, antes de decírmela.

Al que escribió, al que leyó, al que no lo hizo.

Al cenizo que pensó que nunca llegaría

a decir lo que pienso, sin tristezas.

Al bemol sostenido en la punta de un rayo de sol

de la noche de San Juan.

A la que nunca me abandona, a mi melancolía.

A la que me abraza, a la experiencia que se amontona.

Al desagradecido que llevo dentro de mis costillas

que nunca supo pedirte, cómo no, de rodillas,

que le quisieras como quieres al que tanto miras.

A la virtud que me dijo adiós con un beso en la mejilla.

A la luna que nunca se quejó de mis amantes.

Al timón sin rumbo que me llevó hasta ti.

Al ahora que nunca llegó tarde, y nunca antes.

Al callejón sin salida con una trampilla

en el cielo de las nubes de terciopelo.

Al fuego en tus ojos que tantas veces me quemó.

A la esperanza que desesperó bajo nuestro reloj,

esperando que me arriesgara en un tren marchito.

A la desgana, al desvarío, al turbio, al bravío.

Al teatrillo de vida… en el que me he convertido.

0 comentarios: